Mechero
Es un pub como hay otros cientos en la ciudad. A mí la cerveza me gusta fría, helada, acababan de servirme una pinta y me fijé en ella, rebuscaba afanosamente en el bolso. El cigarrillo que mantenía en sus labios me dio la clave, buscaba un encendedor.
A veces soy rápido de reflejos, saqué con rapidez un mechero del expositor de recuerdos que había en la esquina de la barra donde suelo sentarme. No me dio tiempo a ofrecerle fuego, cuando me giré la tenía enfrente.
¿Tienes fuego?
Por supuesto.
¿Quieres un cigarrillo?
Por favor
Casi me da un ataque de tos, dejé de fumar hace años. Fue el primero de muchos cigarrillos compartidos. Un mes después desapareció sin decir palabra, sin transición saltó de la pasión al olvido.
Seguí con mis rutinas, la pinta al atardecer y los suspiros. Apareció una tarde, yo aún llevaba el mechero en mi bolsillo, me pidió fuego con una sonrisa que me hizo sentir como mi corazón terminaba de quebrarse. Le mantuve la mirada unos segundos y le dije que no, arrojé unas monedas sobre el mostrador y sin decir una sola palabra, sin mirar atrás salí del pub. Metí la mano en mi bolsillo y arrojé el encendedor a la papelera que hay en la puerta. Casi corrí hasta mi casa. No he vuelto a fumar, no fue una decisión elaborada, simplemente con el mechero se fueron las ganas de fumar.
Escuché un ruido en el salón, me levanté de la cama alarmado. Ella estaba sentada en uno de los sillones con su eterna sonrisa, por lo visto conservaba la llave de mi casa, sobre la mesa estaba el mechero que había arrojado a la papelera, en su mano blandía una cajetilla de tabaco.
Dame fuego por favor.
¿Quieres un cigarrillo?
Y yo te miro como quien descubre la lluvia 