Relatos 71 19/12/2001

Amigos.

“Sentimientos que conozco, de estrellas fugaces que dejan estelas  que nunca te abandonan y, a pesar de los años, siguen provocando conjeturas y la certeza de haber perdido una gran oportunidad”.

Acababa de contarle una pequeña historia que hablaba de la ausencia, de la pérdida, del dolor que se instala en nuestro corazón y nos mata a pequeños sorbos. Una historia tan antigua como nuestra historia. Me respondió con la frase textual que acabo de transcribir en el primer párrafo, no hubo necesidad de seguir hablando, cada uno nos refugiamos en nuestras nostalgias. Nuestros ojos se poblaron de tardes en cafés habitados por estudiantes, de tarde de cine, de noches en las que nuestros cuerpos se insinuaban a otros, jóvenes como nosotros, pero eso no dolía, el dolor necesita tiempo, el dolor es un producto bien elaborado.

Y apareció, tenía que hacerlo. Ya no eran ilusiones juveniles, ahora eran ausencias, oportunidades perdidas antes de explorarlas, en fin todas las cosas que nos pasan a los adultos, a todos sin excepción, solo que a estas edades ya somos consciente de lo que nos jugamos, y no nos jugamos nada y  nos atrevimos a dejar de seguir el dictado de lo correcto, de lo que se espera de nosotros. Pero no éramos tan valientes como creíamos, un poco de cobardía y miedo al fracaso, miedo a la equivocación también solía haber.

Creo que ella andaba por esos andurriales, me pareció ver como una lágrima era apartada casi de inmediato de su cara. Agaché la cabeza, aparté la mirada. Hay lágrimas que precisan solidaridad, que buscan empatía o acompañamiento, hay lágrimas para compartir, esta no lo era. Yo conocía sus lágrimas, me las había regalado en algunas ocasiones, siempre pensé que era un gesto de cariño y me producían una ternura que solo me era permitido expresar aceptando su frente en mi hombro.

Me volví dentro de mí, me necesitaba a mí mismo.

Solo yo me atreví a romper el silencio, un silencio que se nos estaba empezando a hacer cómodo, demasiado cómodo.

-¿Quieres un último café?

-No, él tiene que estar a punto de llegar a casa y los hijos vuelven mañana y tengo que tener la casa preparada. Será mejor que me marche, además me estoy poniendo demasiado triste y ya sabes lo fea que me pongo.

Sonreí, siempre que la miraba no podía evitar sonreír. La ayudé a ponerse el abrigo y la acompañé hasta la puerta.

-Ella también debe estar llegando a casa. Abrígate bien y cuídate mucho.

Nos dimos un castísimo beso en la mejilla y tras una décima de segundo de indecisión nos separamos. Esperé a que entrase en el ascensor y cerré la puerta del estudio.

Por alguna razón tácita habíamos decidido hace muchos años que ni su marido ni mi mujer fuesen citados por sus nombres, eran ella y él.

Amigos, confidentes, hermanos ¿cómo no nos habíamos enamorado o al menos tenido una aventura común después de tantos años compartiendo lo que no compartíamos con nadie más?. A veces fantaseo que podríamos haber tenido una bonita historia de amor, pero nos faltó a los dos lo único que hace falta, amor. A cambio teníamos todo lo que restaba para mantener la relación más cordial y amable del mundo, de alguna forma nos habíamos modelado el uno al otro, a veces bromeábamos conque lo habíamos hecho más que nuestras parejas. Yo cambié mi afición por el ron por su gusto por los licores dulces, ella se aficionó a la música barroca frente a su anterior gusto por otras músicas. Así, de pequeños detalles en pequeños detalles nos construimos.

No iría esta noche a casa ella no estaría, ya me lo había avisado, así que me preparé un sándwich con lo primero y casi lo único que tenía a mano, unas lonchas de queso Emmental y un poco de jamón asado. Mientras abría una botella de cerveza, tenía sed y la cerveza era la bebida más fría que tenía, me quedé mirando las lonchas de queso, imaginé a un ratoncillo haciéndole esos perfectos agujeros, doblé una loncha en cuatro partes y me la comí con un trago de la cerveza.

Todos deberíamos tener un sillón que fuese nuestro en el mejor sentido de la palabra. Sé que se trata de un imposible, casi al mismo nivel que encontrar el amor, por eso siempre sugiero que si encuentras un sillón que se adapte a ti y te dé la comodidad que buscas, haz lo mismo que si encuentras el amor, aférrate a él, no lo dejes escapar, no lo descuides, te ha tocado la lotería y eso no pasa dos veces en una vida.

Me senté y me sentí acogido, puse los pies sobre la mesita auxiliar, dejé que siguiese sonando la música que sonaba desde hacía un par de horas, comí rápido, era un mero trámite y quería despacharlo rápido.

No debería haber dejado de fumar, después de muchos años aún tenía momentos en los que echaba de menos un cigarrillo.

Cerré los ojos que es una forma de abrirlos a otra forma de percepción, casi de inmediato apareció la imagen de ella. Se había equivocado y marcharse unos días a un congreso por el que días antes no tenía el menor interés no pasaba de ser una excusa de baja calidad para desaparecer, tal vez esa era su forma de reconocer su error.

Me gustaría que, alguna vez, alguien me hubiese perdido perdón. Nadie se puede imaginar lo agotador que puede resultar el ser siempre el que se disculpa hasta por los errores de los demás, caminar siempre detrás de la gente, la que me importa y la que no tanto, cediendo en mis derechos porque equivocadamente creí que así les hacía más fácil la vida a los demás y lo que verdaderamente hacía era clavar mi ataúd, un ataúd de indiferencia y hasta desprecio.

Sonó el teléfono, no tengo idea del tiempo que había pasado sumido en mis pensamientos. ¿Qué podría querer o que habría pasado? Se había ido hace un rato o una hora o dos y no solía llamar hasta que volvía a tener necesidad de charlar conmigo o de tener un momento de soledad.

-Me ha llamado él y me ha dicho que no vuelve, que se queda en la ciudad porque tiene mucho trabajo y una reunión a primera hora. Este cabrón me la está pegando.

Dijo todo esto en apenas dos segundos, le pedí que se tranquilizara, nunca la había visto tan excitada, tan cabreada, su tono de voz la delataba, su tono y sus palabras.

-No me sale del coño, no se lo voy a aguantar, en cuanto me lo eche a la cara le voy a preguntar si me quiere y que se retrate.

-Nunca le preguntes si te quiere, si por casualidad duda un instante, antes incluso de decirte que sí, que te quiere, sabrás que en realidad ha dejado de quererte y eso sería injusto con él.

-Qué barbaridad, yo misma dudé una vez frente a esa pregunta y no solo le quería, estaba absolutamente enamorada de él, querer me parecía demasiado simple, demasiado poco y por eso dudé.

-Tal vez tengas razón, supongo que responder sí de inmediato solo pasa cuando estamos en la fase de enamoramiento, en los primeros momentos de la relación, cuando la pasión o las hormonas nos trastornan.

-Y eso lo dice el hombre eternamente enamorado, el que no dudaría en responder sí aunque la pasión y las hormonas sean cosas del pasado. Mira, cojo una botella de lo primero que pille y me voy contigo al apartamento y no te hagas ilusiones.

De repente había recuperado la cordura y el sentido del humor, me mordí el labio inferior y agité la cabeza.

-Me vas a tener que aguantar la borrachera y el cabreo, te vas a arrepentir de ser mi amigo.

-¿Has cenado?

-No.

– Pido una pizza, una de esas con queso en los bordes.

-Y helado.

-Eres la amiga que más quiero.

-Y tú el único imbécil que me aguanta, mi único amigo.

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