Venta de Baños
Creo que es preciso hacer una apreciación inicial. Mis escasos, incondicionales y amables lectores, nunca entenderé como me dispensan su maravillosa atención, me han hecho ver que existe la posibilidad de que para leerme precisen traducir mis textos. Pues bien, “Venta de Baños” es el nombre de un pueblo, por favor no lo traduzcan, si quieren evitarse una rara sorpresa.
Este pueblo en su momento fue un importantísimo nudo ferroviario por lo que todos los que viajábamos hacia o desde el norte de España teníamos allí una cita obligada, en muchos casos una parada obligatoria.
Volvía a Madrid después de haber pasado unos días con mis tíos en Burgos, una fría noche de principios de invierno. Paramos en Venta de Baños, debíamos esperar la llegada de otro tren que ocupaba nuestra vía y que viajaba en dirección contraria a la nuestra. Algunos de ustedes recordarán las ventanillas de los pasillos de aquellos vagones, se deslizaban la parte superior sobre la inferior lo que permitía apoyarse en el borde y que el frío viento nos acuchillase la cara sin piedad, pero era el mejor sitio para fumar, no era de buen gusto hacerlo en los departamentos aunque lo hacía todo el mundo.
Con el dinero que me habían dado mis tíos me había comprado en el estanco de la estación una cajetilla de Camel sin filtro. Siempre he sido un poco novelero así que me compré la cajetilla metálica, costaba un poco más pero a mí me parecía el colmo de la elegancia.
Bajé la ventanilla y me dispuse a sacar el cigarrillo, pese a los avisos por megafonía, a los que no hacía caso, que anunciaban el expreso con dirección a La Coruña, la llegada y el chirrido de los frenos de ese tren me ocasionaron un buen susto.
La distancia entre los vagones de los dos trenes no superaba el metro y medio. Se fue parando como un enorme monstruo resoplante, el olor al gasoil quemado lo inundó todo y una nube de humo blanco nos ocultó como en una densa niebla. Cuando se disipó y cesaron los ruidos propios de la parada me fijé que justo frente a mi ventana coincidía otra. En ella una chica, parecía más joven que yo forcejeaba con la pestaña que sujetaba el cristal. Nos vimos, nos miramos y nos sonreímos como solo se pueden sonreír dos jóvenes desconocidos absolutamente inocentes.
Fue algo instintivo le ofrecí con un gesto un cigarrillo, al verme agitando la cajetilla metálica me sentí poderoso. No esperaba una respuesta tan inmediata, dijo un sí claro. ¿Cómo en una palabra tan corta pude descubrir unos timbres tan armónicos?. Quedé embelesado, tanto que la chiquilla tuvo que llamarme la atención.
¿Me das el cigarro o qué?
Sí perdona.
Solo tuvimos que estirar los brazos un poco, su antebrazo quedó al desnudo, una piel sorprendentemente blanca, casi traslúcida. Mientras le pasaba el cigarrillo recorrí con mis ojos desde la punta de sus dedos hasta su melena castaña clara, me detuve un instante en unos ojos de color indefinido, la bruma de la noche me impedía apreciar todos los detalles.
Me preguntó dónde iba, y así nos mantuvimos hablando de todo y nada durante siglos aunque en realidad no creo que fueran ni cinco minutos. Un silbato, la sirena del tren, el suyo, y de nuevo la megafonía avisaban de su partida. No había terminado el cigarrillo, nos mirábamos intentando introducirnos el uno en el cuerpo del otro. Su tren empezó a desplazarse con una enorme lentitud, arrojó a la vía la colilla del cigarro y me sonrió.
¿Nos veremos?
Quien lo sabe.
Me encantaría.
Saqué la parte superior de mi cuerpo por la ventana, quería seguir viéndola, ella sacó su brazo hizo un gesto de adiós y me sonrió. Yo noté como el suelo se hundía debajo de mis pies pero yo no podía caerme, flotaba.
Minutos después mi tren reanudaba su marcha en dirección contraria a la que había tomado el que llevaba en su interior la que para mí era una diosa.
He vuelto a utilizar esa línea de ferrocarril muchas veces hacia diferentes destinos, los trenes dejaron de parar en Venta de Baños pero cada vez que pasaba por esa estación no podía evitar que un grato, cálido y acogedor recuerdo floreciese. Seguramente ella tardó en olvidarme el tiempo que tardó en volver a su departamento, o tal vez no, tal vez me recordó algún tiempo como ese chaval simpático y un poco patoso que una noche fría que ella calentó con su sonrisa, le ofreció un cigarrillo. Yo no la he olvidado, secretamente, con el paso de los años he intentado imaginarla con las diferentes edades. He creído verla convertida en una matrona romana con un par de chiquillos a su alrededor, otras en esa mujer elegante, una ejecutiva de altos vuelos. Me la he imaginado y he creído verla de mil formas diferentes.
Desaparecieron esos trenes y me tuve que adaptar a, primero los trenes de altas prestaciones y después a los de alta velocidad, pero esos ya no eran mis trenes, pero si no tienen ni ventanillas, por no decir que ya no se puede fumar, aunque hace ya mucho tiempo que lo dejé.
Ahora si viajas por las mañanas pareces hacerlo en una oficina, el viaje ha dejado de tener encanto por sí mismo. No soporto tanto ordenador, tanto Smartphone, tanto silencio. Los viajeros no solo no se hablan, sobre todo no se miran, ponen caras de estar sufriendo un suplicio si algún niño corretea entre los asientos. Me escapo al vagón cafetería, he hecho varios viajes directamente en la cafetería, no he llegado a sentarme en mi asiento, al menos allí los pasajeros con aire de marinero de alta mar recién desembarcado, tambaleantes e inseguros tienen algo de humanos. Si viajas de noche la angustia es irreprimible, no duermen, cierran los ojos para no verse para no tener que decirse nada.
He vuelto al coche, al automóvil, al fin y al cabo los vagones de los trenes también se llaman coches. Siempre que viajo al oriente del Cantábrico, cuando la autovía se divide a la altura de Venta de Baños y pese a la pérdida de tiempo, no es poco, la abandono y voy a visitar mi vieja, querida y añorada estación. Suelo tomarme un café, ayer vi que tenían una máquina expendedora de tabaco, el estanco debió desaparecer hace mucho tiempo si es que lo hubo, y no pude resistirme, compré una cajetilla de Camel y un mechero, salí al andén y con parsimonia saqué un cigarrillo, olía a gasoil, lo juro. Cerré los ojos y una melena castaña me envolvió, una joven, apenas una mujer, volvía a sonreírme. Esta vez también yo sonreí, después de tantos años no la había olvidado, ella a mí tampoco, estoy seguro. Que amarga sonrisa, otra oportunidad perdida ¿por qué no bajé de mi tren y subí al suyo? Cuanto tiempo he tardado en aprender que esas cosas que nadie espera que haga un chico formal son las únicas cosas que merecen la pena ser hechas. Arriesgarse, perder y volver a jugar. ¿En qué se había convertido mi vida? Hijo, esposo, padre y trabajador ejemplar. Maldita sociedad que me premió por ser un dócil cordero del redil, maldito yo, que no me rebelé y no quise pelear por un poco de felicidad, que no me emborraché todas las veces que debí hacerlo, que no corrí tras una sonrisa, que siempre hice lo que debía hacer. ¿Dónde quedó el joven que habría cambiado de tren por unos ojos que sonreían más que los labios?
Lindo epitafio, aquí yace un excepcional marido, padre, trabajador serio y formal, amigo de sus amigos, un gran hombre. Un absoluto infeliz.
Rompí descuidadamente la boquilla del cigarrillo, lo encendí y la primera calada casi me asfixia, la segunda solo me produjo un ataque de tos, la tercera y la cuarta fueron indulgentes, no hubo quinta. No me merezco esa quinta calada ni volver a parar en Venta de Baños, por quien en la penumbra de una noche tranquila con olor a gasóleo, café y tabaco empezó a ser cobarde.
Great photo!
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Gracias Yolanda.
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Gran relato con un montón de mensajes de vida 👏 👏 👏
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Muchas gracias por leer mis relatos y por apreciarlos.
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