Tardes de domingo
Detesto estas tardes de domingo de un otoño que se escapa, estas tardes de un sol entre cobarde y huidizo. Tardes frías, con un frío traicionero y sibilino que se cuela por cualquier rendija de mi cuerpo y se instala en mi pecho. Tardes de domingo en las que todo parece morirse un poco. Tardes en las que mis manos te echan tanto de menos como yo mismo.
Prefiero el frío de lluvia, viento y nieve, prefiero el frío que viene de cara, el que arremolina las hojas secas y huele a castañas, el que avisa, el que no miente. Elijo, si pudiera, ese frío que mata con un certero golpe pero que avisa del renacimiento.
Detesto extrañarte porque no te tengo, porque te alejas con cada soplo de viento de estas desapacibles tardes de domingo y el corazón se me hiela.
Elijo, ay si pudiera, el calor de tu cuerpo, tu sonrisa violeta que ilumina un corazón cansado de latir. Elegiría vivir entre el calor de la lumbre de la chimenea y el de tus manos.