Relatos 13 30/04/2017

A modo de justificación

            Les puedo asegurar que hasta mediado el segundo folio no tuve conciencia de que estaba escribiendo y, si piensan que sentí algo así como una especie de revelación, se equivocan.

            Me dio un ataque de risa, supongo que fruto de la vergüenza íntima que me producía el haberme sorprendido en lo que consideré como un acceso de soberbia intelectual. Recuperado de la primera impresión, decidí borrar todo lo escrito.

            Podré ser todo lo mediocre escritor que ustedes deseen y que yo sé, pero tengo que concederme que soy un más que aceptable lector, he ahí mi peor enemigo. ¿Acaso iba a aportar algo novedoso en el estilo o en el fondo, al mundo de la literatura?, evidentemente no. Pero tuve un segundo entre la intención y el paso al acto, y aparecieron las justificaciones para continuar, pueriles, sobadas, manidas, sí, pero justo las que necesitaba, y fruto de ellas me encuentro hoy ante usted, es un decir. Si pensamos que la primera justificación que encontré para seguir dándole a la tecla fue el que solo escribiría para mí, se darán cuenta de lo fútil de mis intenciones. Claro que estaba seguro de que las líneas que emborronase jamás verían la luz, ¡Jesús¡ que vergüenza, por otra parte, no caería en los típicos errores noveles, nada de autorreferencialidad, pura ficción, si alguna vez alguien leía, seguro que por una extraña conjunción de planetas que así lo propiciase, alguno de mis escritos, no podría encontrar nada que los vinculase conmigo. Además yo escribía como se deben hacer las cosas, por el mero placer de hacerlas, no por sus frutos. Como lo que estaba saliendo de mi mano se parecía bastante a un relato corto, le puse una velita a Borges, y decidí que me esforzaría en que nadie notase, por lo menos con mucha claridad, a quien me gustaría que pareciese que estaba casi plagiando.

            Al cabo de algún tiempo, poco, tenía algunos relatos, la autoestima por las nubes y la necesidad de salir al mundo, vanidad de vanidades.

            Piensen en esos dos amigotes que todos tenemos, en los que se conjuga la amistad con el espíritu crítico, unas gotitas de cultura y un océano de mala leche, bueno, pues a esos dos decidí darles la primicia y, una tarde que volvíamos de la presentación de un ciclo de conferencias sobre algo, me rasqué el bolsillo y les invité a unas copas, no tuve que forzar su voluntad, hay que ver lo fácil que es invitarles a lo que sea. No sin cierta congoja les descubrí mi secreto.

            – No se si sabéis que desde hace algún tiempo estoy escribiendo unos relatos, ya sabéis, un mero ejercicio intelectual, nada de intentar publicar, ni afán de trascendencia, ni nada de todas esas cosas feas que se dicen de los escritores, cosa que por otra parte ni intento, quiero decir lo de ser escritor.

– Como supongo que ya habrás roto lo escrito, y que no pretenderás contarnos tus batallitas, a otra cosa mariposa.

– Coño, este tío es capaz de habernos tendido una encerrona, ¿a que vomito los cubatas?.

            Desde luego tengo unos amigos que ya los quisieran ustedes. El caso es que, con la voz más enfática que encontré entre los escasos registros de que dispongo, les leí una docena de folios que llevaba así, como el que no quiere la cosa. No abrieron las fauces hasta que terminé, se miraron repetidas veces, pero no menearon ni un músculo de la cara, que buenos jugadores de póquer.

  • Debes publicar todo esto de inmediato.

Que grata sorpresa, así pues, no estaba mal del todo, si dos de los más ácidos críticos culturales de la ciudad me, casi ordenaban publicar, es que había algo que funcionaba.

  • ¡Ah!, al libro le pones tapas buenas, y lo encuadernas con pastas.

No pudieron resistir más y empezó la mejor cura de humildad que he tenido en mi vida. Somos un trío heterogéneo donde los haya, curiosamente y sin ningún mérito excepcional, los críticos culturales más temidos, que no respetados, de esta ciudad, lo que tampoco es tanto, vamos, que no vivimos en Nueva York, famosos por no perdernos ninguna inauguración donde haya cervecita fresca y canapés. ¿Entienden lo de las tapas y las pastas de mi libro? Aquí no cabían citas de autores de relumbrón, ni la sarta de pedanterías intelectuales que llevaba preparadas, así que me uní a la juerga y decidimos que teníamos suficientes motivos para arriesgarnos a una nueva bronca de nuestras parejas y seguir con las risas hasta perder la conciencia, obviamente no por las risas, más bien por el ron  y similares.

            Había despanzurrado la caja de Pandora, cuando el alcohol hizo sus efectos, decidimos que ahora nos iban a escuchar,  haríamos una modernez de esas multimedia, texto, imagen, formato vídeo, y otras cuarentamil pamplinas. La bronca que nos echaron nuestras respectivas parejas fue de las buenas y gordas, como casi siempre.

            Hace unos meses, un camión de recogida de basura, con perdón, les pegó un viaje a mis dos añorados bufones y nos ha privado, al mundo, cosa que me la trae al fresco, y a mí, que eso si que me importa, de dos señoritos dignos de una elegía de las guapas. Por eso he vuelto a escribir, para ver si soy capaz de decirles algo a esos tipos y consigo otra risa suya.

La verdad, no se porqué les estoy contando todo esto a ustedes que ni me conocen ni conocieron a mis amigos, y supongo que además les importa bien poco mi historieta, máxime cuando no tengo ni la más mínima intención de que usted pueda leer esto.

Parece mentira, con la cantidad de lectura de calidad que existe y usted perdiendo el tiempo con estos papeles que debe haberse encontrado en alguna papelera, debería hablar con su terapeuta seriamente e invitarle a alguna copa o cualesquiera otra sustancia que le estimule, me da lo mismo si se trata de una sopa de sobre, váyase usted a vivir.

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